La doctrina neoclásica es, de
forma implícita, conservadora. Los defensores de esta doctrina prefieren que
operen los mercados competitivos a que haya una intervención pública. Al menos
hasta la Gran Depresión de la década de 1930, se defendía que la mejor política
era la que reflejaba el pensamiento de Adam Smith: bajos impuestos, ahorro en
el gasto público y presupuestos equilibrados. A los neoclásicos no les preocupa
la causa de la riqueza, explican que la desigual distribución de ésta y de los
ingresos se debe en gran medida a los distintos grados de inteligencia,
talento, energía y ambición de las personas. Por lo tanto, el éxito de cada
individuo depende de sus características individuales, y no de que se
beneficien de ventajas excepcionales o sean víctimas de una incapacidad
especial.
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